La amniocentesis es una prueba diagnóstica prenatal que consiste en la extracción de una muestra del líquido amniótico del útero para, tras su análisis, identificar posibles anomalías cromosómicas en el feto.
Se considera una prueba invasiva, ya que se efectúa mediante una punción a través del vientre y hasta el interior del útero materno, y puede poner en peligro la salud de la madre y del propio feto. Algunas de las consecuencias de su práctica son el riesgo de sufrir aborto espontáneo, pérdida de líquido amniótico o defectos en el tubo neural del feto.
En cambio, es una prueba muy efectiva para detectar alteraciones genéticas en el feto que podrían desembocar en enfermedades como la de la espina bífida o el síndrome de Down.
La amniocentesis suele llevarse a cabo durante el segundo trimestre del embarazo; concretamente, entre las semanas 15 y 20. De hecho, puede realizarse hasta la semana 21, pero a partir de este momento, pueden resultar más efectivas y seguras otras pruebas o técnicas como la cordocentesis.
Los casos de amniocentesis precoces, dados cuando la intervención se realiza antes de las 15 semanas de gestación, comportan un mayor riesgo de aborto, de lesión fetal o de rotura prematura de la bolsa amniótica.
Normalmente, la amniocentesis es una prueba invasiva que se practica para esclarecer o confirmar los resultados de una prueba no invasiva realizada a la madre anteriormente, y cuya efectividad no es lo suficientemente alta como para proporcionar resultados definitivos.
Estas pruebas no invasivas, que tienen el mismo objeto que la amniocentesis, pueden ser el test triple screening, también llamado cribado combinado del primer trimestre, y el test prenatal no invasivo o test de ADN fetal.
Cuando los resultados de estas pruebas son positivos, existe una gran probabilidad de que el feto sufra alteraciones cromosómicas. Esto sucede sobre todo cuando la paciente ha quedado embarazada con más de 35 años o tiene antecedentes familiares de problemas genéticos.
Es entonces cuando debe decidir si someterse a la amniocentesis con el fin de confirmar los resultados de la prueba anterior, algo que el equipo médico suele recomendar.
Casos en los que se practica la amniocentesis:
De los cinco factores anteriores, podemos destacar las amniocentesis llevadas a cabo para realizar un análisis genético y para valorar el estado pulmonar del feto.
La amniocentesis genética es la que se practica para obtener información sobre la estructura genética del feto.
Se realiza, habitualmente, entre las semanas 15 y 20 de gestación y el equipo médico puede recomendarla en estas situaciones:
En todos estos casos, la amniocentesis ayudará a confirmar o desmentir los resultados.
Por su parte, la amniocentesis pulmonar es la que determina si los pulmones del feto han evolucionado hasta el punto de alcanzar una madurez suficiente para permitir el nacimiento.
Este tipo de amniocentesis se realiza, comúnmente, a partir de las 32 semanas de gestación y no más allá de la 39. El motivo es que, antes de las 30 semanas, se da por hecho que los pulmones no se han desarrollado lo suficiente como para valorar su estado.
Además, se considera solamente en los casos en que la madre contempla el parto prematuro o anticipado en un intento de evitar o prevenir una complicación en el embarazo capaz de poner en peligro su salud.
Es importante tener en cuenta que no todas las mujeres pueden someterse a la amniocentesis pulmonar. Existe el riesgo de transmitir una infección al feto, como puede ser el VIH, la toxoplasmosis, la hepatitis B o la hepatitis C. Por eso, el equipo médico examinará a la madre antes de intervenirla y, en el caso de hallar una de estas infecciones, se descartaría la práctica de la amniocentesis.
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